Crónica de un festival de Navidad
- Rosa Burgos Ruiz
- 5 dic 2023
- 4 Min. de lectura
Cada año, la Biblioteca Pública de Nueva York organiza un festival navideño que, para quienes somos de Granada bien podría asemejarse a Juveándalus con más clase, en el mejor de los sentidos. La biblioteca abre sus puertas y organiza eventos para niños, canto de villancicos y visitas a todas las salas donde se guardan y conservan las colecciones. Por supuesto, la entrada, como todo en esta ciudad, tiene un precio. En este caso empezaban en 100$ y suponían un donativo para bien una causa benéfica o para el sistema de bibliotecas, tanto el principal de investigación como las colecciones en circulación. Bien sabe dios que a muchos barrios no llegaría la cultura si no fuera por estas iniciativas, ya que aquí el sistema público es prácticamente inexistente.
El edificio en sí es impresionante, pero es cierto que durante los horarios de siempre muchas secciones están cerradas al público. Es natural, pues pese a ser un museo, no deja de ser un renombrado centro de investigación y biblioteca pública para que cualquiera que lo desee tenga un espacio tranquilo en el que estudiar y trabajar. Durante las visitas guiadas los docentes tenemos la ventaja de poder llevar a nuestros grupos a visitar algunas colecciones, pero desde luego, no es la misma sensación visitarlas un minuto para hacer fotos, que poder estar casi en silencio en el interior de las salas y poder disfrutar de su belleza a tu antojo.
Durante este día de puertas abiertas, esperaba muchos más visitantes entrando a la sala de lectura principal, conocida como Rose Main Reading Room, pues es una de las que más interés despiertan en los turistas. Esta sala de estudio está abierta al público, siempre y cuando sea para respetar su propósito, estudiar, leer o trabajar, así que solo podemos mostrarla por dentro a algunos grupos y ni siquiera completa. Sin embargo, cuando tuve el placer de explorarla el pasado domingo, me sorprendió que apenas había algunas parejas o grupos echando un vistazo. Supongo que al final, una sala llena de libros variados solo tiene interés para ciertos grupos de población.
Sí que tuvieron mucho éxito las actividades para niños. En algunas de las divisiones se hicieron cuentacuentos y actividades infantiles donde les pintaban la cara y les hacían figuras navideñas con globos. Tengo que reconocer que sentí una punzada de nostalgia cuando me recordó al evento que en Granada todos conocemos, Juveándalus, que se realiza cada Navidad durante semanas en la Feria de Muestras y acoge a niños y adolescentes en un sinfín de actividades pensadas exclusivamente para ellos. Realizarlas en una biblioteca tan grande e importante, pero al mismo tiempo tan cercana con su gente se me hace casi enternecedor. No se me ocurre una mejor forma de acercar a los niños, desde su más tierna infancia, a un espacio lleno de conocimiento y, por supuesto, a enseñarles a apreciarlo y respetarlo, pero sobre todo a disfrutarlo.
Entre toda esta magia navideña para niños, no podían faltar tampoco las actividades para adultos. Desde juegos de preguntas sobre la biblioteca, su literatura y la propia ciudad de Nueva York hasta, como no, un salón de fiesta con buffet libre y música en directo. Esta parte, la auténtica fiesta, se celebró en un foro para reuniones y exposiciones y estaba tan lleno que era necesario hacer cola para poder entrar. No sé vosotros, pero en mi cabeza las recaudaciones de fondos en Nueva York y los buffets con música son dos cosas que iban siempre de la mano en películas y series, así que participar en una ha sido el sueño de mi adolescente amante de Gossip Girl. La música estaba demasiado alta, los cócteles y los mócktails, o cócteles vírgenes como los he oído llamar en España, estaban deliciosos y los bocados, fantásticos, tanto dulces como salados. Fue una experiencia tan mágica que resultó hasta fugaz.
Esa es otra de las cuestiones culturales que resultan chocantes de este tipo de ferias. En España lo habitual es que los horarios sean largos, con puertas abiertas desde la mañana hasta la tarde y, aunque ya no se permitan entradas desde cierto punto del día, no se suele echar a los invitados. En este país, cuando llega la hora delimitada en la invitación, empiezan a cerrar salas y a clausurar actividades y, amables pero firmes, te indican el camino al guardarropa para recoger tu abrigo. No me entendáis mal, no quiero criticarlo, creo que sencillamente es una visión diferente de entender las fiestas y eventos, amén de que lleva anocheciendo a las cuatro de la tarde casi un mes y ya sabemos que los humanos asociamos día a tener luz del sol y el resto es descanso, pero resulta una experiencia curiosa cuando vienes de un lugar tan acogedor como es nuestro país mediterráneo.
Así pues, a las cuatro en punto estábamos saliendo por la puerta lateral, viendo como desmontaban a nuestras espaldas. Todo fue en tiempo récord, el lunes ya estábamos de vuelta a la actividad normal y no quedaba ni una mota de polvo fuera de sitio. La fiesta del día anterior, bien podía haber sido un espejismo. Y, sin embargo, eso la hizo quizás más especial: unas horas de bullicio y emoción que, si no fuera por las fotografías y la alegría impresa en la memoria, podrían no haber siquiera existido.



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